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EL PAPEL FUNDAMENTAL DE LA NUTRICIÓN

El cuerpo humano puede ser comparado a un motor: para funcionar, necesita obligatoriamente combustible. Por ejemplo, con gasolina de mala calidad, demasiada grasa no refinada, el motor se atascará, pronto habrá fallas y a la larga las conducciones quedarán obstruidas, dejándolo inutilizado.

 

Se le puede también dar un impulso de energía, obteniendo por algún tiempo un rendimiento brillante, con el empleo de un “doping”: alcohol o éter; más todos sus órganos estarán en poco tiempo absolutamente fuera de uso, y llegará su fin sin remedio.

En el cuerpo humano ocurre lo mismo: debido a una alimentación demasiado abundante y tóxica, tanto por su calidad como por la elección hecha, sin discernimiento, la salud es siempre oscilante, es decir, el Yin y el Yang se encuentran en mal equilibrio; la enfermedad y la muerte por la degeneración sobrevienen irremisiblemente.

Sin embargo, tenemos el poder de modificar todo esto cada día simplemente por medio de la alimentación, la respiración, y la química de nuestra sangre, transformando la naturaleza de la energía que anima nuestros músculos y nuestros nervios.

La experiencia ha demostrado que se puede transformar fácilmente, por medio solo de la alimentación, animales en agresivos y feroces, o por el contrario en suaves y apacibles, nutriendo simplemente a los primeros exclusivamente con carnes y a los segundos con legumbres. Esta experiencia se ha realizado con ratas, monos y, perros.

Los dos extremos deben evitarse, ya que es preciso establecer el buen equilibrio Yin-Yang, y no el exceso del uno ni del otro.

En conclusión, comer con moderación los hará disfrutar de una vida larga y saludable. La medida básica consiste en comer hasta sentirse lleno en un 70 u 80 por ciento. La Madre Naturaleza castiga invariablemente a los glotones con toda suerte de desgracias. El cuerpo humano es sencillamente incapaz de aprovechar las enormes cantidades y complejas combinaciones de comida con que el ser humano “civilizado” y sedentario tiende a atiborrarse cada día.

 

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