Para entender la potencia de la palabra bendición, empecemos desde su origen. Bendecir proviene del griego “eulogeo”, que también da origen al nombre Eulogio y a la palabra elogio: “eu” significa “bien” y “logos” “hablar”. Entonces, bendecir literalmente significa “bien-decir”, o sea, “decir algo bueno acerca de alguien”.
En latín, la palabra “benedicere” significa también transmitir vida o expresar buenos deseos a otra persona. Puede aceptarse además como dar gracias a alguien o reconocer la bondad de otros. Cuando en los Salmos se citan diferentes bendiciones a Dios, se entienden como alabanza a Dios por su bondad, su perdón y misericordia.
En el Diccionario de la Real Academia Española, bendecir significa “alabar, engrandecer, ensalzar; colmar de bienes a alguien o de algo la bendición divina”, y también significa consagrar al culto divino determinada ceremonia.
Con esto podemos entender la majestad y la fortaleza de la bendición. Si todo este universo está hecho por Dios, quiere decir que en todas las cosas está Su naturaleza, Su energía, Su amor y Su sabiduría; por lo tanto, cuando de nuestros labios broten palabras para bendecir algo o a alguien, a través del verbo estamos vivificando y repotenciando la calidad perfecta de la esencia divina que se encuentra en todo; estamos ofreciendo y devolviendo a la voluntad de su creador para cumplir su misión, la colocamos en el altar sagrado donde ofrendamos lo mejor que poseemos. Cada segundo de nuestra vida es una oportunidad y una bendición para acercarnos a la fuente de todo equilibrio y bienestar.
Entonces, pronunciemos bendiciones para todos y para nosotros. Deja el resentimiento y empieza a bendecir y verás cómo llegan bendiciones a tu vida.
En todo momento podemos bendecir, al despertar, al recibir los alimentos, cuando laboramos, cuando salimos de casa, cuando conducimos. Siempre es buen momento para bendecir, y deberíamos hacerlo a toda hora.